Un estudio del área de Valladolid encontró que este medicamento se usaba indebidamente el 96% de las veces.
Hace unas semanas, la Agencia Europea del Medicamento anunciaba que iniciaba una revisión sistemática en torno a la azitromicina. En principio, no es nada especialmente llamativo. La EMA (y el resto de agencias nacionales) realizan controles periódicos sobre centenares de medicamentos.
El único problema era que la azitromicina no es un un «medicamento más»: es uno de los antibióticos más utilizados del mundo y está perdiendo eficacia a marchas frozadas.
¿Qué pasa con la azitromicina? Es decir, ¿hay algún problema con ella? En la azitromicina en sí misma, no. Descubierta a finales de los años 70, por su versatilidad y facilidad de administración, este antibiótico se convirtió en uno de los medicamentos más vendidos y ha salvado millones de vidas en estas últimas décadas.
De hecho, ese es el gran problema: que es tan bueno, que lo estamos usando mucho. Quizás demasiado. Y la consecuencia es que “las resistencias bacterianas frente la azitromicina están aumentando en la Unión Europea» (según algunos estudios, algunas bacterias tienen ya más de un 30% de cepas resistentes). Por ello «y en vista del amplio uso de estos medicamentos», la EMA se plantó y está repensando para qué la usamos.
Y no estamos en disposición de perder antibióticos. Porque (por ejemplo) pese a que en los últimos años hemos mejorado la forma en la que encaramos la búsqueda, nos hemos pasado décadas sin encontrar nuevas clases de antibióticos efectivos contra las bacterias gram-negativas y su barrera celular. Justo uno de los usos que le damos a la azitromicina.
Si perder un antibiótico por las superresistencias es una pésima noticia; en un mundo en el que cada día ya mueren 3500 personas debido a las resistencias, perder la azitromicina sería una catástrofe. De ahí que la EMA quiera tomar cartas en el asunto y «racionalizar» su uso.
¿Pero por qué ahora? ¿Qué ha pasado para que crezcan las resistencias? Un factor clave de este boom parece estar en la pandemia. Según contaba Oriol Güell en El País, durante la pandemia, se multiplicó por 2,5 el uso de este antibiótico en los hospitales españoles. En plena confusión coronavírica, algunos estudios señalaron que la azitromecina podía mejorar el pronóstico de la enfermedad. Posteriormente, se descartó que eso fuera así, pero el «daño» estaba hecho.
“Fue uno de los gazapos en los inicios de la crisis y algo que, además, se siguió utilizando durante un tiempo. Como la presentación de las neumonías era atípica y para intentar ayudar al paciente ante la falta de alternativas terapéuticas, muchas veces se les daba azitromicina», explicaba José Miguel Cisneros, jefe de servicio de Enfermedades Infecciosas en el Hospital Virgen del Rocío.
Sea como sea, el problema va más allá. El mismo Güell recoge una revisión de las prescripciones de azitromicina en la zona de Valladolid que realizó Maite Jorge Bravo, responsable del Grupo de Enfermedades infecciosas de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG). «El 96% estaba fuera de indicación», explicaba la especialista.
Es decir, el problema va más allá de la pandemia y, a la vista está, es muy difícil de frenar.
Un mundo sin antibióticos. «El mal uso de la penicilina, con dosis demasiado elevadas, podría hacer que los microbios se volviesen resistentes y revertir así sus beneficios». Eso fue lo que dijo el mismo Alexander Fleming en su discurso de recepción del Nobel. Solo habían pasado 15 años desde el descubrimiento de la Penicilina. Sabía de lo que hablaba y al ritmo al que crecen las resistencias es posible que nuestro hijos también lo sepan. De primera mano.
Javier Jiménez