En torno a un 20% de la población no puede dormir del tirón toda la noche.
Sí, son las cuatro de la mañana. Sí, me he desvelado y no tiene pinta de que vaya a conciliar el sueño. No, no es la primera vez que me pasa.
De hecho, según he leído hace un momento en la cama, no es la primera vez que me pasa a mi, ni a millones de personas. Según la Encuesta Nacional de Salud de EEUU, un 17,8% de los norteamericanos tienen problemas para dormir del tirón. Y si hacemos caso a Gallup, esas cifras suben hasta el 28%. ¿Qué está pasando aquí?
Las horas perdidas. En España la situación no es mucho mejor. Según la Federación Española de Sociedades de Medicina del Sueño (FEMES), unos siete millones de españoles sufren insomnio crónico y prolongado y, de hecho, hay casi seis millones toman cada noche pastillas para dormir. En menos de un siglo, el español medio ha «dejado de dormir» dos horas diarias.
Y como señalaba en EFE, Carlos Egea, el presidente de FEMES, “el sueño no es como la grasa, el organismo no lo almacena, es día a día”. Es decir, día a día, exponemos a nuestro organismo a riesgos innecesarios para «la salud mental y la cardiovascular». Además, la falta de sueño está relacionada con las enfermedades metabólicas, con una mayor predisposición al Alzheimer y todo tipo de problemas inmunitarios.
Las cuatro de la mañana. Vale, el insomnio es un problema, pero cuando pensamos en él solemos pensar solo en el insomnio de conciliación: las personas a las que les cuesta mucho trabajo empezar a dormir. Lo que ocurre es que hay muchos tipos de insomnio más: el de despertarse en mitad de la noche y estar horas con ojos como platos, es uno de ellos.
Y, en realidad, tiene sentido. Ya sabemos que el sueño bifásico (el patrón de sueño en el que las horas se reparten en dos bloques separados por un periodo de vigilia) ha sido lo normal durante buena parte de la historia de la humanidad. Por motivos históricos, culturales y tecnológicos (las noches eran largas y no teníamos sistemas de iluminación eficientes), pero también biológicos.
Sobre todo, porque los ciclos de sueño (fisiológicamente hablando) no duran ocho horas. De hecho, cada noche tiene entre cuatro y seis ciclos de sueño (una serie de etapas que se suceden y repiten a lo largo de nuestro sueño diario). hablamos de una sucesión de una etapa REM y tres etapas no-REM cada una más profunda que la anterior.
Aunque pongamos los seis ciclos unos junto a los otros, entre ciclo y ciclo suele haber un periodo en el que el sueño se vuelve muy liviano. Si ahí nos despertamos y tenemos problemas de insomnio (ya sea por los ritmos circadianos que modulan la melatonina o por cualquier otro motivo)… el resultado es problemático.
¿Por qué nos despertamos? Esa es la pregunta clave, ¿no? Si podemos atajar los despertares, el insomnio tiene mucha menos capacidad de fastidiarnos la vida. Pues bien, según la Clínica Cleveland, hay cuatro grandes razones por las que las personas se despiertan horas antes de tiempo: dos de ellas son los trastornos del sueño y los trastornos emocionales subyacente (estrés, depresión, ansiedad…). Problemas por los que sería recomendable ir a un especialista.
Pero las dos otras razones son el ambiente en el que dormimos (ruidos exteriores, luz, cambios de temperatura) y las visitas al baño. Es decir, cosas que, aunque no lo creamos, son más «fáciles de controlar» de lo que pensamos.
¿Podemos hacer algo? Esto significa que, al menos en la mitad de los casos más frecuentes, podemos reducir las interrupciones del sueño con una correcta higiene del sueño. Cosas como mantener unos horarios regulares, eliminar la siesta, evitar pantallas en las últimas horas del día, adelantar la actividad física y no dejarlas para el final de la jornada y eliminar el alcohol, el tabaco o la cafeína antes de acostarse.
Pero, sobre todo, podemos recordar que los problemas de sueño suelen ser un «indicador» de algo más. Si los problemas persisten, es recomendable acudir a un profesional.
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