Minoxidil fue descubierto en la década 1950, pero en aquel entonces su enfoque era distinto: se usaba como vasodilatador y empezó a comercializarse con este fin en 1979. Pero con aquellos ensayos clínicos se descubrió un inesperado crecimiento del cabello y el vello corporal en los pacientes, lo que le hizo empezar a ser orientado para este fin.
Su auge comenzó en la década de los ochenta y noventa, pero el auténtico boom llegó en la década pasada, cuando pasó de usarse de forma tópica, en loción aplicada sobre el cuero cabelludo, a hacerlo de forma oral, tomándose en un comprimido. Algo que aumentó tanto su comodidad como su efectividad.
«Para nosotros ha sido una revolución», explica el doctor David Saceda, especialista en dermatología y tricología en el Hospital Universitario Ramón y Cajal. «En los congresos mundiales de dermatología hay una sesión todos los años llamada ‘game changer’ en la que se exponen las novedades más revolucionarias. El año pasado, Minoxidil fue top 2». El primero era un tratamiento para la psoriasis.
El resultado de la toma de Minoxidil es que estanca o demora el avance de la alopecia. A partir de ahí, depende de cada persona y su genética. En el mejor de los casos, se estancará indefinidamente mientras sigamos tomando el fármaco. En el peor, la alopecia acabará llegando, pero más tarde de lo que lo hubiera hecho sin la presencia de Minoxidil. «Si tenías previsto un problema en la coronilla a los 50 años, quizás llegue a los 65 o los 70. Depende de cada persona, pero es muy eficaz estancando y retrasando esa alopecia».
Este fármaco no tiene apenas efectos secundarios. Aunque se usara como hipertensor, la concentración usada para frenar la alopecia es 16 veces menor a la empleada para bajar la presión arterial. «El efecto en la tensión de una persona sana es residual, anecdótico, se tolera bastante bien», explica el doctor Saceda.
«El mayor efecto secundario es que te salga pelo donde no quieres, porque estimula el vello que ya tienes, aunque quizás sea imperceptible. Por ejemplo, el vello corporal, el de las orejas, o en el caso de las mujeres, la zona facial o la del mentón», añade.
Suele ser mucho más interesante para los medicados con Minoxidil mantener la toma y decolorarse, depilarse o recurrir a soluciones similares para las zonas conflictivas, que no abandonar el tratamiento.
Lo que no hace Minoxidil es hacer que vuelva a salir pelo donde ya no sale. «No hace que crezca pelo donde antes no lo había, sino que engrosa la fibra capilar en áreas en las que previamente era más fino. También ayuda a que el pelo entre con menor frecuencia en fase de caída y crezca durante periodos de tiempo más largos antes de caerse, por lo que los pacientes que lo toman pueden percibir a medio plazo una menor caída capilar», nos explica el doctor Diego Buendía, tricólogo de la Unidad de Tricología y Trasplante Capilar de Grupo Pedro Jaén La Moraleja.
Y aunque no tiene carácter preventivo —es decir, no se pauta a pacientes sin pérdida de cabello simplemente para prevenir un posible inicio—, eso está empezando a cambiar levemente. «Empieza a perfilarse como una herramienta útil en el campo del antiaging capilar, ya que cada vez que el pelo se renueva, va perdiendo parte de su calidad. Si conseguimos ciclos de crecimiento más largos, cada pelo se renueva menos veces a lo largo de la vida y por tanto envejece menos o lo hace más despacio», añade Diego.
Formulación magistral hasta que cambien las prioridades
Este último aspecto nos lleva al siguiente punto: ¿cómo se toma este fármaco, y durante cuánto tiempo? «Se toma de forma indefinida, solemos decirle a los pacientes que se lo tomarán hasta que para ellos deje de ser importante. Porque a lo mejor se cansa de tomarlo, o cambian sus prioridades. Quizás hay gente que lo ve importante, pero a partir de los 35 le da igual. O al revés, se divorcia y empieza a verlo importante a los 50».
¿Qué pasa cuando se deja de tomar? «Deja de hacer efecto. No es que haya efecto rebote ni que estés peor por haberlo tomado y luego abandonado. Los tratamientos bien combinados han demostrado eficacia a diez años vista, eso no significa que tras once pierdan eficacia. Lo previsible que es que esa alopecia se mantenga estancada e incluso mejore al principio de la toma».
Ahí entra otro factor: todavía se vende únicamente por fórmula magistral. Hay una industria que quiere sacar una patente en este sentido, pero hasta ahora solo se obtiene mediante formulación. «No suele pasar nada, pero es un pequeño riesgo, porque aunque hay muchas farmacias que están muy industrializadas y lo hacen muy bien, ha habido casos de efectos secundarios graves, como bajadas de tensión importantes, por una mala formulación. Si se da el paso de ofrecerlo envasado, con las garantías que eso supone, sería un buen paso».
Un ejemplo de mala formulación que guarda relación con minoxidil ocurrió en una farmacia malagueña en 2019: comercializó lotes de ompreazol contaminados con minoxidil, algo que se tradujo en 23 bebés con hipertricosis, una enfermedad conocida como «síndrome del hombre lobo».
A día de hoy, uno de estos tratamientos tiene un coste de entre 40 y 120 euros al mes, como horquilla general, en función del paciente. «Cuando viene un chico de 25 o 30 años hay que meter más caña y puede salir más caro, pero una persona más madura puede requerir solo una pastilla y poco más. En esa horquilla se incluye el fármaco oral mayoritariamente, y también procedimientos en consulta, que a veces son inyectables.
No obstante, Minoxidil no cabalga en solitario. No por mucho tiempo. «Es muy eficaz, pero utilizado como única opción, en monoterapia, no mantiene la eficacia a largo plazo, hay que combinarlo con otros fármacos u otras terapias en función de cada caso. Se suele combinar con Dutasterida sobre todo, porque es eficaz y segura, y con Finasterida, aunque se usa algo menos, pero es buena acompañante para la alopecia androgénica», explica el doctor.
«Dutasterida y Finasteride inhiben la formación de los andrógenos alrededor del folículo piloso y una concentración elevada de hormonas masculinas en el microambiente que rodea al pelo puede ser responsable de diversos tipos de alopecia», añade el doctor Buendía.
La alopecia androgénica es la más común, la que sufren más del 60% de los hombres a lo largo de su vida y la que tiene que ver directamente con su genética, sin que medren factores externos. Pero Minoxidil no es solo para hombres.
Cada vez más mujeres en la consulta del tricólogo
«Si miro a mi agenda de pacientes, hay prácticamente un 50% de personas de cada sexo. Las mujeres vienen cada vez más, y prácticamente todos y todas toman Minoxidil, es muy estándar para nosotros». Pero hay un matiz: mientras que los tratamientos contra la calvicie con aprobación a día de hoy tienen aprobación para la calvicie masculina, para la femenina solo está el Minoxidil, y en un porcentaje muy bajo. No se han estudiado fármacos para la calvicie femenina.
Que Minoxidil sea eficaz para la alopecia difusa, que produce una miniaturización progresiva del folículo piloso y provoca la sensación de clareo, es una revolución, porque es el tipo de alopecia más común en mujeres; aunque en los últimos años se están dando cada vez más casos de alopecia frontal fibrosante, que les hace perder las cejas y toda la línea de nacimiento, algo que suele tener un impacto psicológico importante.
Ese aspecto psicológico es lo que explica mucho de lo tiene que ver con la alopecia: afecta a los hombres, pero es especialmente traumático para las mujeres, por lo general. Ellas tienen una mayor presión social en torno a su imagen. Si para un hombre se asume que es muy probable que a partir de cierta edad pierda pelo (no es lo mismo para alguien de veinte años que para alguien de cincuenta), en el caso de una mujer no está igual de normalizado. Ni de lejos.
Lo sabe bien Patricia Fernández, psicóloga clínica del Hospital Ramón y Cajal que entre 2018 y 2019 estuvo al frente de un grupo de apoyo psicológico a mujeres afectadas por la alopecia areata. Eran mujeres que derivaba la Unidad de Dermatología. «Eran pacientes con una caída casi completo, o en ciclos de caída y regeneración».
Ese grupo de mujeres compartía la angustia por estar perdiendo el cabello. O por haberlo perdido. «Es un impacto en su imagen, su identidad y su calidad de vida. La alopecia te afecta al relacionarte con los demás, al ir a entornos como tu puesto de trabajo y que te pregunten por el tema… Al final es una enfermedad y debería estar igual de normalizada que la alopecia oncológica, que despierta compasión. Pero no lo está», explica Patricia.
En ese grupo se trabajaba con una máxima en mente: no es incompatible aceptar la alopecia con seguir buscando un tratamiento. «Ese era el equilibrio que buscábamos. Había mujeres que aceptaban la calvicie con naturalidad, otras que se resistían mucho a ello y seguían buscando más tratamientos, cortes de pelo que lo disimularan… En ese punto medio de ambas veíamos el equilibrio en el caso de mujeres que ya no recuperarían el pelo. Y sobre todo, tratar de reducir el impacto emocional de su alopecia para que mantuviesen una calidad de vida».
«Comenzar un proceso de pérdida de cabello es algo que a menudo acarrea un sentimiento de culpabilidad, de buscar algo que hayamos hecho mal, o quizás de no saber sabido gestionar el estrés. Eso es algo en lo que trabajabámos: eliminar esa sensación de culpa. Hay que reconocerlo con normalidad: el estrés afecta al cuerpo, incluyendo la posibilidad de influir en caída del cabello, y en ciertos momentos es inevitable», añade.
Recuerda Patricia cómo las mujeres acudían inicialmente a las sesiones grupales con la peluca puesta, pero a medida en que fueron pasando las sesiones, las dejaban encima de la mesa, como podían hacer con la chaqueta o el bolso. «Ese momento choca, es una enfermedad cruel e impactante. Fortalecíamos su autoconcepto más allá de cómo se vieran físicamente».
Algunas mujeres van asumiendo con naturalidad su alopecia, pero incluso ellas pueden modular esa aceptación en función del escenario. Quizás no es lo mismo para quien trabaja en una pequeña oficina que para quien trabaja de cara al público, o para alguien como una profesora, que prefieren no exponerse a ciertos comentarios si detectan que pueden surgir. «A ese término medio me refería: es compatible aceptar tu imagen corporal con estar lo más cómoda posible en sociedad».
«También es muy habitual que entornos como la piscina o la playa les hagan ponerse muy mal. Muchas recurren a un pañuelo, ya no solo por estética sino porque no tienen ya cabello y necesitan protegerse del sol», cuenta Patricia. «Ese tipo de trucos los compartían en las sesiones grupales. Fueron muy positivas porque daba visibilidad a una enfermedad de la que no se suele hablar ni tampoco se suele aceptar. Al hombre calvo se le acepta mejor que a la mujer calva», concluye.
Los hombres que acuden a consulta son cada vez más jóvenes, según explica David, y muchos llegan a partir de los 20 años. En el caso de las mujeres llegan algunas también muy jóvenes, pero muchas otras tras los 40 o tras la menopausia. En cualquier caso, ha habido un fuerte aumento de este tipo de consultas en los últimos diez años.
La tecnología ha evolucionado mucho. Por ejemplo, con las pruebas de imagen, que hace unos años requerían algo tan invasivo como una biopsia, mientras que ahora existe la tricoscopia, una técnica óptica y digital de gran aumento donde se pueden ver las alteraciones capilares con mucho nivel de detalle.
En cualquier caso, esta toma siempre requiere un diagnóstico médico. «Hay más de cien tipos de alopecias. Algunas son problemas autoinmunes, otras de tipo hormonal… Hay que saber cuál tiene cada paciente y cómo tratarla», remarca el doctor Saceda. «el Minoxidil es un fármaco muy versátil que juega un papel importante en el tratamiento de muchas de ellas (androgénica, efluvio telógeno…), aunque tiene un efecto más discreto en las que tienen un componente autoinmune o cicatricial», añade Buendía.